Con el cambio de siglo, la ciencia está experimentando una revolución que nos acerca a los límites del conocimiento humano. A lo largo de las últimas décadas, los investigadores han conseguido recrear en el ordenador entidades tan diferentes como células, enfermedades, cerebros o climas, todo ello en busca de leyes que definan su funcionamiento. En esta larga travesía, cuestiones fundamentales acerca del origen de la materia y de la vida, la naturaleza de la conciencia o la posibilidad de predecir el comportamiento humano han ido conquistando terreno a la filosofía, hasta el punto de que, para muchos, la ciencia es la que realmente puede abordar las cuestiones clásicas y su posible respuesta. Hoy en día, nuestra capacidad para construir mundos virtuales e incluso diseñar en el laboratorio sistemas vivos sintéticos ha dado un empuje inusitado a esta visión. Ya es posible experimentar la inmersión en realidades virtuales, y algunas de ellas ponen a prueba nuestra percepción de lo real. Existen robots evolucionados que son capaces de mentir, células artificiales que permiten diseñar circuitos vivos, y modelos que investigan cómo frenar el envejecimiento y detener el cáncer. Los mundos sintéticos nos acercan a los límites de lo posible, enfrentándonos también a nuevas preguntas y respuestas.