Los dos hombres se conocen desde niños y en la conversación saldrán a relucir -en un entremezclarse de tiempos y voces pasados y presentes- todas sus diferencias ideológicas y de clase: el juez proviene de una mísera familia campesina y el terrorista es nieto del dueño de las tierras donde ésta trabajaba. Con un lenguaje desbordante, riquísimo en recursos expresivos -donde cada palabra parece haber sido pulida hasta alcanzar una nueva categoría-, Lobo Antunes profundiza admirablemente en el alma humana hasta su médula más desnuda. «Lobo Antunes se revela como un artista escultor consumado, que modela con calidad de detalle el submundo intangible de la oscuridad humana.» La Vanguardia