Para Sarah Hepola el alcohol era "la gasolina de toda aventura". Beber significaba ser libre, era parte de su derecho como mujer fuerte y progresista del s. XXI. Pero tenía un precio. A menudo se despertaba con lagunas y un espacio en blanco en el que debería haber habido cuatro horas. Empezó a dedicar las mañanas a hacer trabajo detectivesco: "¿Qué dije anoche? ¿Quién era ese tipo? ¿Dónde estoy?"