Hay lugares, fechas y acontecimientos que se convierten en símbolos de una época. La sola mención de Guernica evoca la barbarie, la guerra, el fascismo, el asesinato de inocentes..., en definitiva, una de las páginas más atroces de la historia más negra del siglo XX. Pero también evoca de inmediato la respuesta del arte, su uso como arma de denuncia de una injusticia. La localidad vasca de Guernica fue bombardeada por la aviación alemana aliada de Franco el 26 de abril de 1937. Fue uno de los primeros experimentos en las nuevas estrategias bélicas que se avecinaban, consistenten en atemorizar y aniquilar a la población civil. Tras el bombardeo, Pablo Picasso empuñó los pinceles y pintó una de las obras de arte más emblemáticas del siglo XX: el Guernica, un grito de horror forjado con lienzo y óleo, con trazos que dibujan figuras dolientes y destrozadas. El arte respondía así a la barbarie, se convertía en instrumento de propaganda antifascista, en testimonio de un hecho atroz que no podía ser olvidado.