Juan Luis Cano aprovecha para esta novela un punto no demasiado conocido de su biografía: su familia era la propietaria de una funeraria en el madrileño barrio de Carabanchel. A partir del anecdotario familiar, Cano hace una muy particular y castiza versión de A dos metros bajo tierra. Evidentemente, el resultado no está lejos de la ironía y la mala leche de algunos de los mejores guiones de Berlanga.